Hasta el siglo XX, la representación de la figura humana había sido sometida a las características propias de cada estilo, época o tendencia. En el siglo pasado, con la invención de la fotografía, se alcanza por fin la perfección absoluta en la figuración de nuestro cuerpo. El camino del realismo era un sinsentido que llegaba a su fin. Por otro lado, los estudios de Freud sobre la sexualidad, abrían nuevas puertas a la inspiración artística jamás exploradas hasta entonces. Si a esto añadimos un par de guerras mundiales y numerosos episodios trágicos que convulsionaron el mundo, amén de cambios sociopolíticos sin precedentes, obtendremos un caldo de cultivo propicio para revolucionar, una vez más, el mundo del arte.

Un cos sense límits, en la Fundació Joan Miró hasta el 27 de Enero de 2008, aborda precisamente los cambios que, desde las 1as vanguardias hasta pasado el año 2000, ha experimentado la representación de nuestro cuerpo. Aquí se dan cita algunos de los artistas más destacados del siglo XX: Schiele, Dix, Matisse, Picasso, Miró, Duchamp, Chagall, Moore, Dubuffet, Basquiat, Fischl o Tàpies son parte de los 41 artistas que participan, con más de 90 obras expuestas entre pintura y escultura. Es muy interesante ver cómo cada uno de ellos, adscrito generalmente a una tendencia concreta, adopta los presupuestos de cada una de ellas a la hora de esta radical revolución antropomorfa. Así, los expresionistas como Kirchner, nos muestran la parte frágil, enferma, distorsionada, del género humano. El cubismo, de la mano de Braque y en menor medida de Picasso, quizá el único de estos nombres que ha tocado todos los palos, indagan en cuestiones puramente formales mediante la deconstrucción de la figura humana. El surrealismo aprovecha la vía abierta por Freud para explorar la sexualidad humana desde planteamientos oníricos. Los Bacon, de Kooning, o Lucien Freud recuperan la idea desgarrada de nuestra existencia retomando planteamientos de un expresionismo más individualista.

La transformación vivida por el arte en estos últimos cien años no tiene precedentes. La representación del hombre ha sido una constante a lo largo de los siglos. Qué mejor excusa entonces, para mostrar dichos cambios, que esta muestra sobre el cuerpo humano, un cuerpo sin límites ciertamente, a tenor de las diferentes visiones que aquí se nos ofrecen.

El Museo Nacional de Arte de Catalunya(MNAC) nos hace llegar una exposición que le hace justicia, por fin, a Yves Tanguy, uno de los más fascinantes y desconocidos exponentes del grupo surrealista fundado a principios del siglo XX por André Breton. El mismo Breton lo calificaba como “el más surrealista de los surrealistas”  mérito a considerar si se tiene en cuenta a sus compañeros de cartel; dalís, mirós y otros grandes nombres del arte contemporáneo de las primeras vanguardias.

La muestra nos ofrece la posibilidad de recorrer  la evolución artística de Tanguy, desde sus primeras obras, de corte postcubistaexpresionista, hasta su última época, cuando se exilia en los E.E.U.U. De esta forma, además de ver al Tanguy más conocido, el de los paisajes de la mente, los horizontes insondables, las formas vegetales y minerales apenas esbozadas, podremos contemplar los distintos registros estilísticos que están presentes hasta el final de su obra. El visitante descubre con agrado sus dibujos automáticos (queriendo imitar la escritura homónima, también automática, de algunos de sus colegas de movimiento) sus curiosas e inéditas ilustraciones eróticas para un libro que finalmente no salió a la luz y, sobre todo, la particularísima relación de los conocidos como “cadáveres exquisitos” recopilada aquí. Este último experimento es especialmente interesante para obtener una visión del grupo surrealista como ente cohesionado, como vanguardia unida, que juega y explora nuevos campos estéticos sin descanso.

Pero todavía hay más. Durante el recorrido se han dispuesto  fotos, correspondencia, manifiestos, ilustraciones de libros y todo tipo de material hasta ahora desconocido con una doble función; por un lado, la de asimilar las más de 250 obras expuestas. Por otro, como una oportunidad de aproximarnos al artista, a su vida convulsa, dando una visión más completa de su personalidad y facilitando nuestra comprensión de la obra pictórica que se nos ofrece. Uno sale del MNAC habiendo disfrutado del Tanguy que ya conocía. Pero también descubriendo a un nuevo artista, polifacético y vital, que gusta del juego y la provocación; un Tanguy engrandecido para el que siguen sin existir diferencias entre cielo y tierra, entre sueño y realidad.

Hasta el cuatro de Enero, el espacio Caixafórum de Barcelona, nos ofrece una visión renovada y por momentos desconocida del que es considerado uno de los padres del Art Nouveau, el checo Alphonse Mucha (1860-1939). Mucha es conocido especialmente por su glamourosa aportación cartelista, que le otorgó una fama siempre insatisfecha, por la vinculación del Art Nouveau al ámbito comercial y, sobre todo, por su estilo inconfundible, creador de tendencias publicitarias modernas. Esta muestra pretende desmontar la mitificación habitual del público sobre el artista, en este caso casi un estigma para el propio Mucha, encasillado en los trabajos de su primera época de los que se desmarcó sin mucho éxito a posteriori.

Estructurada en módulos temáticos, el Mucha célebre de los primeros años parisinos, la época de los carteles para Sarah Bernhardt, da paso a otro artista con multitud de registros estilísticos y siempre en busca de sí mismo y de su reinvención como creador. Así, vemos diseños de joyas, completos estudios fotográficos con estampas de gran calidad y muy alejadas, temáticamente, de la práctica que lo hizo célebre, la serie de obras para su Epopeya Eslava, su gran obra vital, que le acarreó más de un problema con los alemanes al estallido de la Segunda Gran Guerra, y hasta un análisis de su influencia en el arte comercial posterior. Sobre toda la muestra planea la sensación de conflicto interior del artista, su lucha por deshacerse de los clichés que lo asociaban, irremediablemente y para siempre quizá, al arte publicitario de su época, esa utopía que reflexiona acerca de el equilibrio artístico entre realización y evolución personales frente al hecho de haberse convertido en un producto de consumo más del sistema.

Y, sí, para el espectador crítico queda clara la distinción entre las dos caras del artista. Aprecia sus variados registros, redescubre un Mucha casi desconocido y muy positivamente valorable en bastantes aspectos. Pero seguimos quedándonos subyugados por la dulzura, la elegancia y el buen gusto de los carteles serigrafiados para las obras del Théâtre de la Renaissance. Será que nosotros también somos un producto de ese mercado del que el artista quería huir, pero lo tenemos tan asimilado que, a veces, ni nos percatamos de ello. La utopía debe seguir esperando.

Rodeada de polémica y tras un exitoso periplo por E.E.U.U. y Europa, llega a Barcelona Bodies. The exhibition, una lección de anatomía humana como no se ha visto jamás. 22 cuerpos, 260 órganos e innumerables partes de cuerpos humanos se han utilizado para llevar a cabo esta muestra gracias a una técnica conocida como plastinación o conservación por polímero. Su inventor, el científico alemán Gunther von Hagens, ha convertido en negocio este proceso, que consiste en despojar de piel y grasa a cuerpos sin vida para después sustituir sus fluidos corporales por polímeros químicos blandos.

El resultado es espectacular. Dejando de lado las fabulaciones morbosas en torno al origen de los cuerpos empleados y el cariz mercantil que ha ido tomando el uso de esta técnica, hay que resaltar lo que de didáctico y divulgativo nos muestra la obra. Y aquí enlazamos con el otro punto de discusión. ¿Merece llamarse arte la exposición de cadáveres no necrotizados al público? Arte o no, lo cierto es que lo más destacado de esta exposición, fuera de elementos efectistas, que los hay, es su carácter eminentemente científico, casi educativo. Bodies permite entender cómo funciona nuestro cuerpo de una manera ágil y respetuosa. La muestra se divide en 7 áreas temáticas: sistema nervioso, circulatorio, respiratorio, digestivo, reproductivo, el esqueleto y los órganos del cuerpo. El impacto visual para el visitante es progresivo. Así, el recorrido está pensado para ir asimilando, poco a poco, tanto la información que se nos suministra mediante paneles acertadamente dispuestos, como las posibles escenas más violentas y desagradables. De hecho, se nos muestran en muchos casos órganos enfermos, con una intención claramente disuasoria respecto a algunos de nuestros hábitos (al lado de unos pulmones con cáncer se ha dispuesto una curiosa urna para que el fumador arrepentido deje allí sus últimos cigarrillos).

Bodies. The exhibition es un acto de trasgresión muy interesante. Es normal que nuestro ojo, educado en la cultura clásica occidental de proporciones canónicas y académicas, tarde en acostumbrarse a ver cómo el mármol de las esculturas antiguas muta ahora en tendones, músculos y vísceras. Pero, precisamente, sabiendo cómo funciona nuestro cuerpo, cómo ven nuestros ojos, podemos darle un giro a todo lo demás. Analizar el mundo comenzando por nosotros mismos.

La convulsa situación que vivió Sudáfrica entre 1948 y 1994 es la “excusa” en torno a la que se desarrolla el encomiable alegato antirracista que es Apartheid. El espejo sudafricano,  que pudimos ver en el CCCB hasta hace unos meses. Con una estructura rigurosamente cronológica, se nos muestra material de índole muy diversa que ilustra el largo recorrido que abarca la exposición. Vídeos, fotos, documentación personal, pintura o escultura entre otros, nos conciencian a cada paso que damos de la vigencia de un problema muy latente todavía en la sociedad moderna: el racismo.

Apartheid se estructura en tres partes cuyo eje central desarrolla la tragedia sudafricana. Las otras dos actúan como antecedente y consecuencia, algo así como un antes y un después que comparten el mismo denominador común de la segregación racial. La primera parte se centra en las teorías de la diferenciación de razas, en el escarnio de la época colonial, en la ideología del miedo y la debilidad mental. Vemos curiosos aparatos para medir cráneos, clasificaciones étnicas más que discutibles e interpretaciones sui generis de las ideas darwinianas, por citar sólo algunos ejemplos. Después llega un estudio detallado y completo del fenómeno Apartheid, sin duda el reflejo más fiel, y largo en el tiempo, de la mezquindad humana del siglo pasado. Mención aparte merecen las muestras de arte africano, pintura principalmente, difíciles de ver en otros contextos. Desde que los negros eran mostrados al público como atracción en el Tibidabo, hasta la liberación de Mandela y el post Apartheid, los documentos gráficos hablan por sí solos. Tan ridículo que sobrecoge.

Finalmente la exposición enlaza, de manera muy interesante, con lo que podría llamarse Apartheid global, esto es, la discriminación racial en nuestro mundo globalizado, que sitúa al espejo sudafricano como suceso paradigmático de un problema muy presente. Aquí se reúnen estadísticas escalofriantes e informes sobre inmigración que hacen patentes las diferencias insalvables entre ricos y pobres en el mal llamado estado de bienestar actual. Entonces, volvemos la vista atrás y pensamos que Martin Luther King debe seguir soñando por el momento.

Todo comienza un 5 de Marzo del año 1960, en la Habana, cuando el aún desconocido fotógrafo Alberto Korda consiguió la que es, a día de hoy, la imagen más reproducida de la historia. La fotografía, titulada originalmente “El guerrillero heroico”, que muestra a un Ernesto Guevara inmortal, de gesto grave y mirada visceral, va a ser utilizada primeramente con fines propagandísticos en favor de la Revolución cubana.

Este es, lógicamente el punto de partida de toda la iconografía posterior en torno al símbolo más popular del siglo XX, que ha ido evolucionando por derroteros cuando menos curiosos, como ilustra perfectamente el estudiado itinerario de la exposición. La idea, que se alcanza plenamente, es mostrar la metamorfosis de esta imagen, de símbolo revolucionario reivindicativo a serigrafía warholiana o estampa comercial para promocionar unas gafas de Gaultier.

Así, el visitante, comienza observando al Che como lo que probablemente dicen que fue, el combatiente romántico, un ideal de rebeldía. Pero, a medida que avanzamos por las diferentes salas, vemos cómo este concepto va mutando, cómo va perdiendo su significado o propósito original en favor de las tendencias mercantilistas, que todo lo cambian, que de todo se apropian. El Che acaba siendo una caricatura de sí mismo, casi un chiste capitalista sobre el mito derruido del comunismo. En el Palau de la Virreina podemos ver todo tipo de objetos con su efigie, además de innumerables reinterpretaciones de la fotografía original realizados por más de 60 artistas. Con sutileza, progresivamente, pasamos del icono original en su contexto, a la marca comercial por excelencia de los últimos años.

Sin embargo, el visitante, atraído a la exposición por el simple, pero muy acertado, cartel promocional (CH€), sale con la sensación de que las dos facetas del mito siguen perviviendo juntas pero no revueltas. Y, desde luego, ilustrar buena parte de la historia del siglo XX en base a una fotografía por todos conocida, no deja de ser un aliciente para emplear un rato viendo la muestra.

Al término de la II Gran Guerra Francia estaba desecha. París, que hasta entonces había sido el centro aglutinador de todas las vanguardias artísticas, cedía a regañadientes el testigo a Nueva York. E.E.U.U. no había vivido la guerra en sus carnes y se convertía así en luz de guía para Occidente frente al bloque soviético. Comenzaba a incubarse la Guerra Fría y el fantasma del comunismo oprimía a la población estadounidense gracias a la cultura del miedo impulsada por su gobierno. ¿Cómo vivió el mundo del arte este convulso período?

Bajo la Bomba se ocupa de la época transcurrida entre 1946, final de la Guerra, y 1956, con la hostilidad entre los dos bloques ya plenamente desarrollada . Se centra en el arte realizado en Francia y Estados Unidos, en el diálogo entre ambos países en casi todas las esferas, en su paulatina evolución, que encumbró a muchos y echó a algunos en un
olvido difícil de explicar. El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) nos presenta una completísima selección de artículos de prensa, libros, fotografías y, por supuesto, obra pictórica, que ayudan al visitante a aproximarse a la compleja realidad sociopolítica de aquellos días.
La exposición sigue un estricto orden cronológico y se desarrolla en dos de las plantas del museo. Es difícil apreciar una transformación artística e histórica tan sutil en un período tan corto, de ahí lo acertado de disponer de materiales no solamente artísticos. En diez años, el riquísimo mosaico conceptual del arte francés va cediendo terreno al expresionismo abstracto americano, encabezado por Pollock, que será la tendencia de más éxito en años venideros. Los artistas estadounidenses pasan de un optimismo contenido, tras el final de la guerra, a una suerte de miedo subyacente que puede apreciarse en sus cuadros y evolución estilística. La crítica acompaña, pero los primeros ensayos atómicos y la posibilidad de una guerra total, los sume en una incertidumbre angustiosa. Por otro lado el arte francés, individualista en la  variedad de sus registros y manifestaciones, deja de valorarse como antaño y muchos pintores comienzan a redescubrirse aún en nuestros días.

Con un objetivo difícil de explicar a priori y una disposición por fuerza compleja para el visitante, Bajo la bomba, sale airosa de casi todos sus planteamientos. Primero, por el simple placer de contemplar a los Picasso, de Kooning, Kandinsky o Pollock conjuntamente en una sola muestra (la variedad de artistas es tal que no tiene cabida aquí) y segundo, por la sabia combinación de material puramente artístico con otros documentos que nos ayudan a comprender la magnitud de un proceso que no cabe sólo en un lienzo.