Hasta el cuatro de Enero, el espacio Caixafórum de Barcelona, nos ofrece una visión renovada y por momentos desconocida del que es considerado uno de los padres del Art Nouveau, el checo Alphonse Mucha (1860-1939). Mucha es conocido especialmente por su glamourosa aportación cartelista, que le otorgó una fama siempre insatisfecha, por la vinculación del Art Nouveau al ámbito comercial y, sobre todo, por su estilo inconfundible, creador de tendencias publicitarias modernas. Esta muestra pretende desmontar la mitificación habitual del público sobre el artista, en este caso casi un estigma para el propio Mucha, encasillado en los trabajos de su primera época de los que se desmarcó sin mucho éxito a posteriori.

Estructurada en módulos temáticos, el Mucha célebre de los primeros años parisinos, la época de los carteles para Sarah Bernhardt, da paso a otro artista con multitud de registros estilísticos y siempre en busca de sí mismo y de su reinvención como creador. Así, vemos diseños de joyas, completos estudios fotográficos con estampas de gran calidad y muy alejadas, temáticamente, de la práctica que lo hizo célebre, la serie de obras para su Epopeya Eslava, su gran obra vital, que le acarreó más de un problema con los alemanes al estallido de la Segunda Gran Guerra, y hasta un análisis de su influencia en el arte comercial posterior. Sobre toda la muestra planea la sensación de conflicto interior del artista, su lucha por deshacerse de los clichés que lo asociaban, irremediablemente y para siempre quizá, al arte publicitario de su época, esa utopía que reflexiona acerca de el equilibrio artístico entre realización y evolución personales frente al hecho de haberse convertido en un producto de consumo más del sistema.

Y, sí, para el espectador crítico queda clara la distinción entre las dos caras del artista. Aprecia sus variados registros, redescubre un Mucha casi desconocido y muy positivamente valorable en bastantes aspectos. Pero seguimos quedándonos subyugados por la dulzura, la elegancia y el buen gusto de los carteles serigrafiados para las obras del Théâtre de la Renaissance. Será que nosotros también somos un producto de ese mercado del que el artista quería huir, pero lo tenemos tan asimilado que, a veces, ni nos percatamos de ello. La utopía debe seguir esperando.