La convulsa situación que vivió Sudáfrica entre 1948 y 1994 es la “excusa” en torno a la que se desarrolla el encomiable alegato antirracista que es Apartheid. El espejo sudafricano,  que pudimos ver en el CCCB hasta hace unos meses. Con una estructura rigurosamente cronológica, se nos muestra material de índole muy diversa que ilustra el largo recorrido que abarca la exposición. Vídeos, fotos, documentación personal, pintura o escultura entre otros, nos conciencian a cada paso que damos de la vigencia de un problema muy latente todavía en la sociedad moderna: el racismo.

Apartheid se estructura en tres partes cuyo eje central desarrolla la tragedia sudafricana. Las otras dos actúan como antecedente y consecuencia, algo así como un antes y un después que comparten el mismo denominador común de la segregación racial. La primera parte se centra en las teorías de la diferenciación de razas, en el escarnio de la época colonial, en la ideología del miedo y la debilidad mental. Vemos curiosos aparatos para medir cráneos, clasificaciones étnicas más que discutibles e interpretaciones sui generis de las ideas darwinianas, por citar sólo algunos ejemplos. Después llega un estudio detallado y completo del fenómeno Apartheid, sin duda el reflejo más fiel, y largo en el tiempo, de la mezquindad humana del siglo pasado. Mención aparte merecen las muestras de arte africano, pintura principalmente, difíciles de ver en otros contextos. Desde que los negros eran mostrados al público como atracción en el Tibidabo, hasta la liberación de Mandela y el post Apartheid, los documentos gráficos hablan por sí solos. Tan ridículo que sobrecoge.

Finalmente la exposición enlaza, de manera muy interesante, con lo que podría llamarse Apartheid global, esto es, la discriminación racial en nuestro mundo globalizado, que sitúa al espejo sudafricano como suceso paradigmático de un problema muy presente. Aquí se reúnen estadísticas escalofriantes e informes sobre inmigración que hacen patentes las diferencias insalvables entre ricos y pobres en el mal llamado estado de bienestar actual. Entonces, volvemos la vista atrás y pensamos que Martin Luther King debe seguir soñando por el momento.